
Acrópolis de Atenas desde el Estado Panathinaikos, Grecia. Foto por: Gustavo Adrián Salvini
Vivimos una época extraña, fascinante y a la vez peligrosa para los oficios intelectuales y creativos. En particular, para la programación.
En redes sociales, se repite con entusiasmo una frase tipo: “Programé un juego con IA en 5 minutos”, o “hice una app completa con IA en una tarde”.
Y quiero hacer una pausa aquí mismo.
¿Programaste? ¿De verdad?
Desde mi punto de vista, sería más honesto y humilde decir algo como:
“Prompteé una explicación parcial de mi idea a un mecanismo misterioso, cuasi-mágico, para que genere un remix de retazos de conocimientos acumulados durante milenios por la humanidad, que se parezca a un { juego | app | sitio web }.”
No lo digo por desacreditar —la IA es potente y útil—, pero sí creo que decir “programé” es una atribución inmerecida.
Programar implica pensar arquitecturas, modelar datos, planificar interacciones, tener en cuenta límites técnicos y humanos, mantener consistencia, anticipar errores y, muchas veces, tener una visión que trasciende lo que el código puede expresar. Es un oficio que mezcla lógica, empatía, paciencia, creatividad y experiencia.
Y la IA, al menos hoy, no reemplaza todo eso.
Generar código con “vibras” (vibe coding) no es lo mismo que construir una solución pensada, mantenible y robusta. Lo que obtenemos con prompts resulta muchas veces un artefacto frágil, poco legible, difícil de escalar y mantener. Una ayuda rápida, sí; una solución real, no necesariamente.
Uso la IA, me resulta útil para muchas cosas, pero trato de ser consciente de lo que implica. Y no quiero perder esa conciencia de lo que significa usarla como “reemplazo” de seres humanos, con sus necesidades, valores, y tantas familias por detrás que alimentar, educar, curar en salud. Y respecto a la programación: Me niego a perder de vista lo que realmente implica programar con oficio y profundidad. Me preocupa que el marketing del “todo en 5 minutos” banalice años de trabajo, estudio y aprendizaje. Y que a fuerza de repetirlo, terminemos creyendo que saber escribir prompts es lo mismo que saber programar.
Tal vez sea tiempo de dejar de lado la tentación de adjudicarnos logros que no nos pertenecen del todo, y empezar a valorar —con algo más de humildad— esa danza entre lo humano y lo artificial, donde la colaboración tiene más sentido que la apropiación.
Gracias por leer.