
Adrogué, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Foto por: Gustavo Adrián Salvini
Este es un post puteador. El que avisa no traiciona.
¿Viste cuando te cae la ficha de estar tan acelerado que ni te da el tiempo de sacar el celular del bolsillo para tomar una foto de algo lindo visto por ahí? Y eso no es nada, porque después te das cuenta de que ni siquiera te acordás qué fue lo que viste. Y así, entre tanto acelere, te vas olvidando de las cosas que realmente importan.
Así que me impuse una pausa, unas horas sin correr, sin mirar el reloj ni el móvil, y me decidí a aprovechar ese tiempo para conversar con amigos. Con calma, sin apuro. Como en otros tiempos.
Una de las charlas más jugosas la tuve con Ale —gran amigo y colega— sobre este asunto recurrente (tanto que ya satura, pero nos debíamos una buena reflexión compartida al respecto): la IA, LLMs, agentes y toda esta movida que parece haber venido a reemplazar prácticamente todo lo que hacíamos con la cabeza y con las manos.
Y nos dimos cuenta que esto es un quilombo.
Y sí. Estamos preocupados y ocupados con este asunto. Creo que es normal tener esa preocupación, sobre todo para los que venimos de la época en que te aprendías todo de memoria, de los años en que tenías que idear mentalmente y con papel la estructura de un sistema entero. Y sí, después vinieron los IDEs, los snippets, el autocompletado de código y el refactoring automatizado. Y si bien uno puede decir: “bueno, pero me ahorran kilómetros de tipeo”; al mismo tiempo nos sentimos más vagos y menos auténticos.
Ale me dijo algunas cosas muy interesantes, así que se las comparto:
Yo siempre fui medio cabeza dura con eso. Nunca me coparon los editores mágicos. Me pasaste mil veces alternativas, IDEs, asistentes, y yo seguí con Kate, porque me alcanzaba para lo que yo quería: buscar, reemplazar, revisar valores globales, y listo. El resto lo maquetaba en mi cabeza. Porque eso, además de ser “mío”, me mantenía el bocho entrenado, ¿viste?
Ahora, sacando esa cuestión personal, te cuento algo que pensé siempre: esto es como la teoría del cuchillo.
El cuchillo lo inventó alguien para cortar su comida. Después vino uno que se calentó con otro y se lo clavó en el pecho. Y listo. Ahí ya tenés un arma. Lo mismo pasa con muchas invenciones. El cuchillo, el clavo, el destornillador, la energía atómica. Lo pensás para hacer el bien, y después alguien lo usa para otra cosa.
La IA es exactamente eso. Hoy parece un ayudante divino. Mañana probablemente te reemplace.
Pero no es culpa de la IA. El problema somos nosotros. Nosotros los pelotudos que no sabemos usar bien las cosas. Que inventamos algo y lo dejamos suelto como si no tuviera impacto.
¿Y sabés qué? Eso va a pasar. Nos va a reemplazar. A vos, a mí, al carpintero, al plomero, a la niñera, a todos. Van a querer que un robot limpie, cocine, cuide a los pibes y también les dé clases. Porque, en el fondo, todos queremos laburar menos. Es así.
¿Qué vamos a hacer? ¿Preocuparnos? ¿Angustiarnos?
Nah. Reinventarnos, buscarle la vuelta. Canalizar nuestros negocios de otra forma. O no. Y dejar fluir. Si mañana me pinta hacer jarrones de barro o escalar montañas, voy y lo hago.
La IA va a ser un chupatalento, un devoramundo, sí. Pero no hay mucho que se pueda hacer al respecto. Ya pasó con la calculadora, con las fábricas automatizadas, con la computadora. Y la gente se adaptó. Se crearon nuevos roles, nuevos laburos. Lo mismo va a pasar ahora, pero más rápido.
Yo ya estoy grande. Capaz cuando todo esto explote de verdad, ya esté en otra. Pero los que vienen atrás… bueno, van a tener que bailar con esta. Y como todo en la vida: va a haber un lado oscuro y un lado claro. Vos decidís a cuál te querés arrimar.
Mientras tanto, yo lo aprendo, trato de entenderlo, lo mastico… me tranquilizo y boludeo. Paso el momento. No me engancho tanto. Me hago mi propia terapia, ¿viste?
En mi barrio a eso le decimos: “me chupa un huevo”. En francés se debe decir parecido.
Y si mañana todo lo que hacemos ya no tiene sentido, bueno… buscaré otro sentido.
Salú, hermano.